Quien conocía a Rubén Inoa, hijo de Ramón Antonio y Caridad, nativos de Constanza, sabe del talento que él tenía para el arte de la pintura para edificaciones. Cuando una técnica venía a ponerse de moda sobre una pared, por ejemplo, ya hacía mucho que él sabía desarrollarla.
Precisamente el bregar con este tipo de trabajo, hacía más vulnerables a sus pulmones por los olores con los que debía lidiar. Vacunarse contra el Covid-19 era de gran importancia para que resguardara su salud. Su mamá y su familia estaban conscientes de ello. Pero él no se detuvo. No “tuvo” tiempo de hacer un alto en su trabajo para ir a uno de los centros de vacunación a los que tanto le pidieron que fuera.
“Tengo demasiado trabajo”, era su frase favorita. Nunca imaginó que el coronavirus también tiene personas favoritas. Sí. Esas que, como él, se escudan en el trabajo para no vacunarse, esas que inventan mil historias sobre la vacuna para no inocularse, esas que desafían el virus… Pero él no reparó, hasta que un día, que lo que creía era una gripe que podía curarse con antigripales o remedios caseros, se convirtió en su sentencia de muerte.
Cuando vino a enterarse de que tenía Covid, ya era tarde. No había oportunidad para vacunarse. Su única esperanza estaba en encontrar una cama en un centro de salud que le permitiera un soplo de vida. Mucho trabajo pasó su familia para conseguir internarlo en el Marcelino Vélez Santana. Ahí comenzó el vía crucis que duró 15 días de sufrimiento para él, para su familia y para quienes oraban día y noche por su salud.
Las esperas
Largas eran las horas que duraban su esposa y toda su familia en las afueras del hospital esperando noticias. Cada día era peor. Entubado, en UCI y siendo un número más de los tantos que ocupan una cama en algunos de los centros que funcionan en el país para casos de Covid, Rubén veía alejarse de la vida sin volver a ver a sus dos hijos y a todos los que amaba.
“Rubén no se vacunó y el Covid se lo llevó”. Es el lamento de su madre Caridad, quien en más de una ocasión le insistía en que lo hiciera. Ella quería proteger a su hijo, ese que admite, nunca se descuidó de ellos porque era muy proveedor. “Buen hijo, padre, esposo, hermano… Muy trabajador, tanto que, no sacó tiempo para vacunarse porque siempre estaba ocupado”, se lamentan hoy que ya no está.
No hay nada que apacigüe la tristeza de Caridad, quien hace solo cinco meses también perdió a su hermano Edardo por causa del Covid. Ni eso hizo a Rubén reflexionar sobre la importancia de la vacuna. Y hoy, a ellos solo les quedarán recuerdos pintados en las paredes que transformó, en las cornisas que elaboró y sobre todo, en las caras tristes de los dos huérfanos que dejó.
Fuente: Listin Diario
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