SANTO DOMINGO : Los ojos de Eliza Canario se apagaron desde hace varios años. Esta señora, de 92 años edad, quien reside en La Ciénaga, ya no percibe los colores de la vida.
Ella dice que su existencia se ha tornado gris desde que la ceguera se apoderó de su vista. La pesadilla aún continúa cuando escucha el ruido de cada casa derribada en el sector.
La incertidumbre y desesperación viven en el delgado y arrugado cuerpo de doña Eliza. Estos s ent imi entos brotan en ella porque ningún representante de la Unidad Ejecutora para la Recaudación de la Barquita y Entornos (Urbe) se ha acercado a su puerta para avi- sarle a ella y a su hijo sobre el proceso de desalojo. La casa donde reside está prácticamente destruida. La familia que vivía al lado fue desalojada.
Sin embargo, nadie se acercó para hablar con ella.
Aquel día solo escuchaba el ruido de los trabajadores.
Sin poder mirar para percatarse lo que allí sucedía, la angustia la arropaba.
Solo le quedaba escuchar el sonido de cada zinc derrumbado y cada block desplomado.
“Yo quiero que nos ayuden.
No tenemos a dónde ir.
Quiero que sepan que estamos aquí, abandonados”, imploraba la anciana.
Entre varias casas derrumbadas, a orillas del río Ozama, se encuentra la casa censada con el número 54 donde reside esta señora.
Durante las 24 horas del día tiene una gata de acompañía, mientras su hijo “Lolo”, sale a trabajar para conseguir el pan de cada día.
“Desde que quedé ciega no puedo hacer nada. Estoy muy vieja. Por mi hijo estoy viva. Él solo me mantiene, llega y me cocina. Mi hijo está pasando mucho trabajo”, dice la anciana, con voz debilitada y ojos llorosos.
En el interior de su hogar de hojalatas, permanece sentada en una silla vieja y sucia. Ella mira hacia el frente, tratando de respirar aire puro y recibir la brisa seca y calurosa que llega desde afuera. A oscuras se encuentra, sin energía eléctrica.
El polvo, hedor, mugre y moscas que se posan en los trastes y agua estancada era el panorama que caracterizaba este humilde hogar.
En igual situación de Eliza Canario está Danilo Mesa, de 70 años, quien fue desalojado a principios de septiembre.
Su vida cambió drásticamente desde que empleados de la URBE llegaron a derrumbar su vivienda y la de su hija, quien es madre de tres pequeños hijos.
Cuenta que vivía tranquilo antes de quedarse sin techo.
Con el poco dinero que conseguía cuando “chiripeaba” le alcanzaba para sostenerse y alimentarse en el día.
Ahora, al igual que su hija, vive la incertidumbre de encontrar otro hogar con los 250,000 pesos que le entregaron hace un mes.
DIRIGENTES JUNTA DE VECINOS RECLAMAN
La situación que también atraviesa Danilo Mesa empeora la vida de sus nietos e hija, ya que solo le prometieron 15,000 pesos que todavía no ha recibido.
“Sacan al pobre de este lugar para que sea más pobre en otro. Con ese dinero será imposible conseguir otra casa”, indica el señor, quien vive con su cuñada en la actualidad.
Mesa reside en La Ciénaga desde los años 80. Para él ha sido impactante el proceso de reordenamiento.
Perdió varios ajuares de su casa, su televisor, mecedora, trastes y varios tenis que fueron robados durante el proceso.
Los integrantes del comité de la junta de vecinos de La Ciénaga, Leonardo Acevedo y Rubén Montero, piden a la Urbe que sea esclarecido qué pasará con las casas que aún se encuentran sin derrumbar entre casas ya derribadas.
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