El victimario detrás del incesto



¿Es usted la persona, verdad?”. Confirmó con un “sí” la pregunta hecha por el equipo de LISTÍN DIARIO. Su contesta la ofreció mirando hacia arriba como si alguien le estuviera “soplando”, en buen dominicano, la respuesta desde lo alto. No hubo forma de ver sus ojos. “¿Sabía usted que muchas personas quisieran tenerlo de frente para hacer su propia justicia por lo que hizo?”. “Cómo no saberlo. Tuve que abandonar el pedazo para poder tratar de rehacer mi vida después que salí de la cárcel”, confiesa quien abusó de su hija de 14 años, teniendo él 34.

Un pedazo de papel de estraza o de colmado, como popularmente se le dice a uno de material marrón y contextura gruesa, pasa sutilmente a los reporteros. “¿Y esto?”. Era la pregunta. “Para que usted me firme ahí que no pondrá mi nombre, ni mi dirección ni hablará nada de mi identidad. Solo puede contar la historia, como usted le llama”, dijo haciendo referencia a que esa “vieja maña” la aprendió en la cárcel, donde según él “nadie cree en nadie”.

“Yo pagué con 12 años de cárcel lo que le hice a mi hija. Pero le voy a decir una cosa, eso no se termina de pagar nunca. Sigo preso de mi conciencia”, cuenta con una calma que no se sabe si la adoptó tras las rejas, si se la da la culpa o si es que siempre ha sido parte de su carácter.

Había que preguntarle sobre esto para salir de dudas. “NooooÖ Yo era un hombre medio violento, pero la cruz que estoy cargando me ha permitido ser más reflexivo. Ahí adentro leí como 80 libros, y lamenté no haberlos leído antes”, hace una pausa profunda para continuar su relato.

Su silencio fue aprovechado para cambiar el tema sobre las consecuencias que tuvo para él, el incesto que cometió. Tocaba decir qué sucedió esa noche cuando abusó de su hija mayor, de apenas 14 años. Tiene dos hijos más, que para entonces tenían 12 y 10 años. Un varón y otra hembra, respectivamente.

“Yo estaba tomando con los amigos míos. Eso fue en el año 2006, porque me saqué un palé de 30,000 pesos. Había una mujer que me gustó en el sitio donde estábamos, pero ella no me hizo caso. Hombre al fin, estaba motivándome con ella. Y nada, me fui para mi casa. Creía que iba a encontrar a mi mujer. No fue así. Ella había salido, parece cerca. Entré a la habitación, y ahí encontré a mi hija. No la dejé ni hablar, le quité la ropa y abusé de ella”, saca un pañuelo azul marino bien estrujado, y se seca las lágrimas. No eran tan abundantes.

LUEGO DEL HECHO
“Ese día yo fui a entregarme y la mamá quedó llorando con la niña. El amigo mío después me contó que supo por una vecina que sufrieron mucho, que la niña perdió el año escolar y que mis otros dos hijos supieron lo que había pasado después de más grandecitos. La mamá nunca los dejó ir a verme. Nunca más he visto a mis hijos. Los perdí a los tres por lo que hice”, cuenta entre sollozos.

“Eso pasaba afuera y yo en la cárcel, que es lo más parecido al infierno que conozco.

Me condenaron a 15 años. Salí a los 12 por buen comportamiento. Me Dieron golpes. Yo oraba todos los días para que Dios me protegiera hasta que me los fui ganando. Fue algo grandísimo que hice, pero es lo único malo que he hecho en mi vida”, reconoce mientras se persigna.

“VIOLÉ A MI HIJA PAGUÉ CON CÁRCEL Y LE PEDÍ PERDÓN”
Una vez recuerda la noche que lo marcó para toda la vida, y que acabó con la alegría de su hija y su familia completa, el hombre, hoy de 46 años, admite sentirse como el primer día. No es para menos. Carga sobre sus hombros con un caso de incesto contra quien para entonces era solo una adolescente.

“Me dijeron que si lo contaba me sentiría mejor, pero ahora estoy peor, me siento como el primer día”, reflexiona y llora, en este momento con más sentimiento. “No es fácil”, dice sumido en el llanto.

La espera permitió pedir a Dios valor para seguir adelante con esto sin rencor. Al resentimiento, que fue como invitado de primera fila a la entrevista, había que inventarle una excusa para dejarlo fuera del escenario. Era casi imposible. Había que apelar a la frase bíblica: “Hay que perdonar 70 veces siete”.

Un suspiro indicaba que había que retomar lo empezado. “Esa noche, recuerdo que llegó la mamá, porque yo no cerré ni la puerta, y cuando vio eso, usted se podrá imaginar. Esa mujer no me mató porque lo que hizo primero fue proteger a la muchacha, pero ya el daño estaba hecho”, relata con evidente arrepentimiento.

“Eres un cerdo, un animal, un demonioÖ, de todo me dijo, con su razón. Yo estaba un poco borracho, pero en ese momento no sé cómo, pero se me había pasado el ‘jumo’. Salí como Dios me ayudó, y busqué a uno de los amigos que estaban conmigo. Le dije: ‘Vamos allí’. Cuando llegamos me preguntó: ‘¿Usted me va a meter preso? Le respondí: ‘El preso soy yo. Violé a mi hija’, y él no lo podía creer”, vuelve a hacer uso de las lágrimas que según dice han sido sus compañeras después de ahí.

Así lo hizo saber a las autoridades que de inmediato lo apresaron y lo golpearon. “Hubo uno de los policías que le decía que no me tratarán así porque yo me entregué. Pero le digo algo: yo me lo merecía. Uno no paga por entregarse o no, sino por la falta que uno comete, la mía fue grave, yo abusé de mi hija que es de mi sangre”.

Termina esta parte y se para de uno de los escalones donde se sentó para dejar a los reporteros la única silla que había. Se dirige a un viejo termo con agua que guardaba entre unas cajas, y por lo visto sació su sed. Volvió a retomar su lugar. Al parecer, con el agua también había recargado las energías para continuar su relato. “Quiero que mi historia sirva para que nunca más sucedan casos de esta naturaleza. Créame, estoy arrepentido”, asegura con una actitud convincente.

EL TRATO CON LA FAMILIA
Tiene alrededor de 11 meses que salió. Durante los 12 años que estuvo privado de su libertad, solo unas cuantas personas lo visitaron. “Lo que más me dolió fue que mi papá nunca fue a verme. El día que salí lo llevaron mis hermanos a la casa de mi hermano mayor. Le pedí perdón. Eso no fue lo que me enseñaron, eso no fueÖ”, llora por un buen rato.

La calma la recobra para agradecer a su mamá que, aunque siempre se mostró molesta y ha sufrido mucho por esto, lo perdonó. De sus cinco hermanos, tres varones y dos hembras, hay una que todavía lo trata con indiferencia. “Fue dos veces a verme, aunque colaboró para que no me hicieran daño en la cárcel. Usted sabe lo que le sucede a las personas que cometen este tipo de cosa”, deja unos puntos suspensivos que de seguro ya usted llenó.

Hoy reside en casa de un familiar que le ha dado trabajo. De sus hijos y de su exesposa solo conoce que se mudaron a otro lugar. Él sabe dónde, pero prefirió no compartirlo. “Ella”, se refiere a la hija de la que abusó y que hoy tiene casi 27 años. “Está estudiando en la universidad. Un hermano de la mamá la está ayudando. Además, su mamá trabaja. De los otros sé que están en la escuela. No quieren saber de mí porque ya saben lo que hice. Antes preguntaban y le decían que yo estaba para otro país”, detalla.

En la cárcel le hizo una carta a la hija que convirtió en una víctima más de las que engrosan la lista de los alrededor de 338 casos de incesto que ocurren cada año en el país. En cuatro hojas le pidió perdón. Para escribirla duró 15 días. Una vez terminada se la mandó con uno de sus hermanos.

“Eso sí, él tuvo que ingeniárselas para hacérsela llegar... Porque no quieren a nadie de mi familia. Por eso me siento peor. Mi error lo está pagando gente inocente. Mis hermanos son serios, el único que ha cometido esa barbaridad he sido yo”, admite con evidente vergüenza.

“Yo sí lo hice y lo admito. Y hoy me arrepiento. Estoy condenado a cadena perpetua, a muerte o no sé a qué porque viviré con esta culpa para toda la vida. Dañé a mi hija, acabé con mi familia, acabé con todo”, llora.

Concluye dejando un mensaje claro a la sociedad. “Ojalá que el yo haberme atrevido a decir públicamente que abusé de mi propia hija, sirva para que la gente sepa todo lo que sucede después que esto pasa”.

Se despidió con cortesía. Cuando dio la vuelta para entrar a la casa, junto a don Alfonso Matías, quien le consiguió la historia a este medio, el equipo de LISTÍN DIARIO emprendió la marcha hacia su destino, con un manojo de información que en pocas palabras se resume en que, verdaderamente, el incesto es una tragedia.

“ALLÁ DENTRO HAY INOCENTES”
Dentro de las cuatro paredes que le recordaban todos los días el delito que había cometido, conoció a mucha gente. Desde asesinos hasta “asaltantes de poca monta” trató en la cárcel. “Ahí hay de todo. Y me di cuenta que no somos solo los pobres los que pagamos por el incesto. Me enteré de otros. Eso sí, duran menos preso que uno”, dice a modo de dejar claro que los abusos sexuales contra personas de la propia familia se dan a todos los niveles, pero con menos severidad en la pena.

Otra cosa que dice no le gustó fue ver que había allí gente inocente pagando por un delito o crimen que no cometieron. En lo que respecta al incesto, cuenta que supo de casos que estaba más que comprobados que no fueron cometidos por quienes cumplían condena.

Al protagonista de esta historia le sorprendió ver a tantos reos pagando culpa por incesto. “Hay que han violado hasta a sus varones, que eso es raro. Pero los hay. Que han abusado de su mamá, de su hermana..., también”, se detiene y muestra un rostro con evidente dolor.

Su revelación de que le consta que conoció gente inocente en la cárcel, llama a citar el caso de una familia, que luego de la publicación de esta serie, dio a conocer que uno de sus miembros está condenado a 20 años de cárcel por supuestamente haber violado a su niña de nueve años. “Lo triste es que no solo mi hermano es víctima, sino también la niña, que hoy tiene unos 13 años. Su mamá la manipuló para que lo culpara. Siempre decía: ‘Si no eres para mí, no serás de nadie’. Y cumplió su promesa. Les pagó a unos abogados para que la ayudaran a alterar los resultados de las pruebas, e hizo todo lo que estuvo a su alcance para ponerlo tras las rejas. Ya lleva cuatro años encarcelado”, cuenta una hermana compungida.

Ha sobrevivido a todo esto porque al ser maestro constructor se ha encargado de mantener en buen estado el entorno donde está, y se ha convertido en amigo de los demás reos. “Al principio no fue fácil para él ni para nosotros, pero estamos amparados en Dios, y confiados en que al menos cuando tenga 10 años, puedan indultarlo por buena conducta. Nosotros creemos en él, como también creemos en que el mal no prospera y que algún día la verdad saldrá a la luz”, cuenta la hermana.

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